Es imposible acercarse a la obra de Manel Úbeda sin saber de su pasión por el parque de atracciones del Tibidabo, ubicado en la Sierra de Collserola, que fotografió durante 11 años. Su amor por las pequeñas cosas, por espacios decadentes, habitados solo por fantasmas y silencios. El tiempo comprimido en una imagen.
Para los que tenemos la suerte de conocerle, Manel Úbeda es mucho más que un fotógrafo genial, es un maestro y un ejemplo de humanidad infinita. Desde sus inicios a mediados de los años 70, cuando en España se empezaban a respirar los primeros aires de libertad tras cuarenta años de dictadura, Manel Úbeda y muchos fotógrafos de su generación, revolucionaron con su espíritu transgresor el caduco panorama fotográfico de aquella época.
Las imágenes de este portafolio pertenecen a diferentes colecciones realizadas a lo largo de treinta años, imágenes construidas con pedazos de una Barcelona que ya no existe, y de sus viajes por África, su otra gran pasión. Lugares remotos en el espacio y en el tiempo que su mirada imperturbable ha perpetuado para regalarnos vestigios de un tiempo irrepetible.