Este año me ha tocado probar la nueva cámara Nikon Z 7, una full frame sin espejo de 45,7 MP efectivos y antes que nada os debería de decir que hasta ahora nunca mostré interés alguno por este tipo de cámaras. Nunca había tenido una en las manos y siempre las había considerado cámaras de aficionados avanzados que por la razón que fuera, no les apetecía cargar con el peso de una réflex profesional.
Así que de entrada, la verdad es que ni me apetecía probarla, ni tenía muchas ilusiones puestas en este sistema, a pesar de que otras marcas llevaban casi una década perfeccionándolo, pero que en realidad pocos profesionales, que yo conociese, lo habían aceptado. La ponían bien, a la altura más, o menos, de la mejor, pero el que no sacaba pegas por uno lo hacía por otro. Eso si, escribiendo la mayoría sin tenerla en sus manos y sin haber apretado jamás en su vida el disparador.
Ahora tengo que reconocer, que cuando me enteré que Nikon había decidido, después de 60 años fabricando cámaras con su mítica montura F (año 1959), dar un cambio drástico y presentar su nueva montura Z, la sorpresa fue grande, pues si de algo presumía Nikon es de que nunca había dejado a ningún usuario sin poder acoplar sus lentes a las nuevas cámaras, por muy antiguas que fueran éstas. ¿qué les hizo tomar esta decisión?
La respuesta es simple, si quitamos el espejo a una cámara es para reducir su anchura y la Z 7 lo ha rebajado en un 20 % (67 mm frente a los 79 mm de las anteriores réflex) pero al hacerlo acercamos el sensor a una distancia muy corta: 16 mm (la distancia más corta entre la brida y el sensor de cualquier cámara profesional), cuando antes era de 46,5 mm, por lo que la luz llega con menos interferencias y minimiza la distorsión de la lente trasera. Así que cuanto más grande sea la montura, mejor será el aprovechamiento de la luz y mejor se distribuirá esta en el sensor.